Entre la espesura cultural de una ciudad como Madrid, que vive casada con el eclecticismo, transitan hijos culturales mediáticos, de los que se miden con cifras de asistentes y con euros invertidos, y otros que fluyen entre la maleza, que aún llevan olor a placenta y a leche materna porque son amamantados por los propios ciudadanos, y nacen del esfuerzo colectivo de unos pocos con el objetivo de contribuir al ser o a la conservación de la cultura.