Obituario de la mangancia artística
El arte de Birli Birloque
Foto: nexo5.com
Antes de que las buenas costumbres y lo políticamente correcto identificaran el arte de Birli Birloque con algo ocurrido "por arte de magia", nuestro buen amigo Birli era un pícaro de los de antes, de aquellos que robaban con gracia y te dejaban un cabreo sonrosado y sonriente. Las primeras palabras que decían las víctimas del Birli eran "¡Será cabrón!". El primer sentimiento era de admiración profunda.
El Birli tomó su nombre de las jergas populares. Cuando era un niño, y a pesar de ser el más pequeño de entre los amigos del barrio, era el que mejor "birlaba" del grupo de chavales que mataban las horas en el parque comiendo pipas y morreando por turnos un litro de cerveza, la forma más barata de soñar en grupo. Lo del apellido vino después, cosa de la leyenda. Las historias sobre las andanzas del Birli recorrían la ciudad de boca en boca. El escuchante, entre admiración e incredulidad, respondía asombrado "¿Que el Birli birló qué?". Pronto el escuchante se convertía en vocero de las andanzas, y un nuevo escuchante respondía asombrado "¿Que el Birli birló qué?". Nadie sabe cuál era su nombre en realidad, porque el Birli hizo desaparecer del registro civil todos los documentos que se referían a su persona o pudieran relacionarle con parientes o lugares.
Se le han atribuido los hurtos más increíbles. En una ocasión unas doscientas sillas del Palacio Real aparecieron en la Puerta del Sol donde los viandantes se sentaban cómodamente a ver pasar la gente, o merendar unas patatas fritas, o charlar de lo divino y de lo humano. En otra, desaparecieron todas las puertas de los museos, incluidas las taquillas. Los museos permanecieron abiertos sin interrupción durante cinco días con sus cinco noches, y el público, sin pasar por caja, paseaba por sus pasillos, admiraba algunas cosas, se reía de otras, se resguardaba de los fríos y de los calores, y se organizaba para decidir sobre la mejor ubicación de las piezas.
Se dice que fue capaz de robarle el habla a un político en pleno mitin y que éste comenzó a balbucear una jerga que sonaba a italiano inventado mechado con exabruptos castizos:
"La nazione che presiedo,¡Coño tu madre! non ottiene un espaguetoni di merda salutando a tutti i presidenti riuniti al Congresso mondiale su il Pisaverdini pubblico, ¡Jódete y baila!. Presidenti, ¡Arrieritos somos! i problemi di violenze ¡O te apartas o te escogorcio! ha portato per un lungo periodo di tempo, sforzi e le conquiste del nostro paese ¡Hasta en el carné de identidad!. Tuttavia, ¡Hostias como panes! il nostro governo la politica estera ha finanziato e collaborato ¡Una patada en los huevos como dios manda! con progetti organizzati dalle Nazioni Unite riguardanti l'argomento. ¡Ajo y agua!... ¡Y no digas que no te avisé! Apprezzo molto il periodo di tempo indicato in questa sessione. ¡Me he quedao con tu cara!. Salute".
Cuando le preguntamos por ello, él lo negó todo, pero durante medio minuto no fuimos capaces de articular más palabras que las derivadas del canto del gordo de la lotería de Navidad caído en el mil pelado:
"Mil... Un millón de euros. Mil... Un millón de euros. Mil... Un millón de euros. Mil... Un millooooooooooón de euuuuroooooooooooos".
Según sus propias palabras, sus artes de mangancia se basaban en el principio de Arquímedes: "Un gerifalte total o parcialmente sumergido en un cargo público en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del cargo que desaloja".
A diferencia de Arquímedes, tras alguna de sus correrías, el Birli jamás salió corriendo en pelota picada gritando "¡Eureka!", simplemente porque le parecía de mal gusto. Él prefería poner la televisión y disfrutar escuchando las mentiras que se inventaban para tapar sus logros.
Sus artísticas maneras de mangar chocaban con las formas especulativas tan en boga en la actualidad, típica de piojos con corbata, mangantes codiciosos y mediocres sin escrúpulos. La pasada noche de viernes, cuatro de estos pisaverdes con traje de marca lo abordaron en una esquina solitaria. Cada uno le asestó cinco puñaladas para repartir por igual la responsabilidad de su muerte. Asesinar no les asustaba, nunca les asusta, sin embargo el trabajo sucio se lo encargaron a otro. Parece ser que les acompañaba un indigente de pocas luces conservado en alcohol de tetra brik, el cual, luciendo los mondongos sexuales correteó por las calles gritando "¡Europa! ¡Europa!". Cuando fue interrogado no supo decir si su función era decir Eureka o Europa. Tampoco pudo describir con precisión a las personas que lo contrataron.
Sus amigos más cercanos cuentan que el fantasma del Birli se dedica ahora a alegrar los sentidos de los vivos con la belleza de la épica y la lírica. Puede que guíe la mano de los mejores pintores, o que invite al espíritu de Victoria de los Ángeles a invadir la garganta de las mejores sopranos, o que sople al oído de Fernando Arrabal las verdades más divertidas. Nada tiene una explicación lógica. Todo ocurre por el arte de Birli Birloque, que en paz descanse.
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Una artículo de Moreno Bros.
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