En la exposición que Blanca Berlín Galería ofrece a partir del 30 de noviembre, dos hermanos, Ángel y Jaime Compairé, eligen, transforman y recrean la realidad para hacerla más poderosa, más ingenua o aún más dura.
Cada uno a su manera, nos introduce en su espacio privado, una galería de retratos perdidos, donde hay damas invisibles, niños desolados y barcos a punto de irse a pique. Fotografía y pintura; o viceversa. Una contemporánea poción que bien podría llamarse Pintografía. Como dicen los propios artistas, "fotografías pintadas - o pinturas fotografiadas- de algunos personajes tan reales, tan cercanos, que no creemos que existan� Íntimos desconocidos , habitantes nuestros..."
La muestra se compone de 26 pintografías de formatos que abarcan de 50 x 50 cm a 124 x 107 centímetros.
ÍNTIMOS DESCONOCIDOS
Nuestro abuelo era un extraordinario fotógrafo y un pintor solvente, así es que, desde muy pequeños, supimos que se puede amar a la fotografía y a la pintura a la vez y no estar locos.
Muchos años más tarde, después de transitar paisajes tan diferentes como los del Derecho, la radio, la publicidad o la televisión, mi hermano y yo -que cuando nos da la gana somos el mismo- hemos sido convocados por Blanca Berlín para mostrar al respetable público de su galería hasta qué punto, para nosotros, ambas artes se lo pasan en grande cohabitando. Y la verdad es que se lo pasan en grande. Si la modelo tiene que irse a la compra le disparas la Polaroid y listo. Si se te termina el tubo de rojo carmín se lo pides prestado a Photoshop y a pintar. Si no te cabe el caballete en la buhardilla pues conectas tu Mac y se acabó el problema.
Larga vida al mestizaje, a la mixtura, al intercambio de fluidos. Y abajo las fronteras, los terrenos acotados, los compartimentos estancos, porque hoy con más razón que nunca, el arte es un acto libertario. Y comprometido. Y global.
Por eso, aunque mi hermano estaba en Boston y yo en California, aunque uno es un pintor extraordinario y otro un arribista solvente, al volvernos a intercambiar los cromos hemos comprobado una vez más, que cuando cerramos los ojos vemos las mismas cosas.
Y eso es lo que os presentamos esta vez: unas cuántas pintografías. Fotografías pintadas (o pinturas fotografiadas, vete tú a saber) de algunos personajes tan reales, tan reales, que no creemos que existan. Pero que, íntimos desconocidos, habitan dentro de mi hermano y me temo que también dentro de mí.
Ángel o Jaime Compairé
Madrid 2007
UNA GALERÍA DE RETRATOS MELANCÓLICOS...
Hasta la pintura más ambiciosa por representar la realidad la recrea. El pintor ve, interioriza una imagen y al plasmarla en un lienzo la transforma. El fotógrafo elige un detalle de esa realidad, la aísla de su entorno y la sitúa en un instante. Y ese instante se convierte en pasado.
En esta exposición Ángel y Jaime Compairé eligen, transforman y recrean la realidad. Nos introducen en un espacio, a modo de gabinete de pintura, de galería de retratos, donde hay damas y caballeros, seres solitarios, fantasmales y tristes. Fotografía y pintura, o viceversa. Retratos como mapas incompletos, imposibles de descifrar. Y elegancia y ternura. Imágenes de seres a los que no se puede amar, o sí.
Barrocas son las imágenes creadas por Ángel Compairé. Sus personajes nos miran desde el otro lado, lejanos. Desde un lugar del pasado y que nos remiten a la tradición, desde Velázquez, al retrato decimonónico, a Gericault o a la pintura de Bacon. Y al silencio. A un silencio envuelto en susurros ininteligibles de signos y manchas, de gestos. De textos vacíos y grafías como flores secas. Lo fotográfico es enriquecido por la pintura, que lo difumina, que lo empasta con grises y ocres, que remarca con la potencia del rojo. Aquí está el informalismo de Tapies y el horror de Arnulf Rainer y el accionismo vienés. Sin la violencia lírica del primero ni el existencialismo del segundo, en su obra hay, fundamentalmente, melancolía. Una pátina de soledad envuelve a sus figuras, húmedas, reumáticas, como retratos en marcos de plata oxidada y cristales opacos. Una soledad fría y oscura. Pero también erotismo en la cortesana que baila sin saber que es tuberculosa y dulzura en la niña fugitiva. Y rostros de elegantes burgueses o de intangibles mujeres, de muchachas y de efebos. Un serie como con la que pretendía Alphonse Bertillon al fotografiar a delincuentes asentar las bases de la fisonomía en su "L´homme criminel" o como la secuencia fotográfica sobre gestualidad realizada por Hugo Thimig en "18 sur 26 etudes physionomiques". Todo esto mezclado con el glamour de la fotografía de moda y cierto toque de decadencia.
La obra de Jaime Compairé resulta luminosa, pop, frente a la belleza velada de la obra de Ángel. El retrato estalla desde el color, desde los rojos y azules a los negros brillantes. Aquí si aparecen personajes en pareja, estableciendo una relación, una comunicación. Y horizontes y lunas y barcos. El gesto pictórico aparece trazado, en ráfagas de luz, como neones en movimiento, con un regusto a cierta estética de los ochenta que resulta encantadora. Pero también, al igual que en el caso de su hermano, las imágenes que nos propone hacen referencia a la historia de la pintura. Mientras Ángel Compairé nos cita a Velázquez al mostrarnos una menina en continua desaparición o esas manchas brumosas que invaden sus obras y que nos recuerdan al paisaje esbozado sobre un telón en "Bufón Don Diego de Acebedo", Jaime nos presenta a un enano sobre un fondo plano pardo muy velazqueño, junto a un perro rojo recién salido de la factoría Baseman. Este personaje y su imponente sombra nos remite también a Vincent Van Gogh y su "El artista en el camino a Tarascón". Y el romanticismo, que aparece en la hermosa imagen del caballero enfrentado a la naturaleza y, de nuevo, a la niebla. Muy Caspar David Friedrich. Imagen que me recuerda otra frase de John Berger que dice algo así como que entre el momento registrado y el momento presente en que miramos una fotografía hay un abismo. Y un abismo siempre es melancólico.
Luis Salaberría.
Madrid, 2007.