Hay realidades constantes, realidades efímeras, realidades aditivas, pasadas, picudas, graves, metálicas, planas, huecas, perennes, frías, hirsutas, malparadas, pasteurizadas, sintéticas, tenebrosas, tangenciales, hipermétropes, diáfanas, encalladas, esquilmadas, lubricadas, olvidadas, paradójicas, privatizadas, tanteadas, sugeridas… Hay tantas realidades como calificativos ofrece la lengua, incluyendo las locuciones adjetivas y adverbiales del tipo en Babia, de dulce, en coma, de balde, en secreto, de nada…
Francisco López confiesa no saber lo que es la realidad. Su música, compuesta de sonidos extraídos de la realidad común que rodea al ser humano y consecuencia de una escucha profunda que cosifica la realidad reduciéndola a su sonido, tiene la capacidad de incalculable valor de convertirse en realidad individual para cada uno de los asistentes a sus performances sonoras. Así pasó con los que asistieron al concierto que ofreció en el Auditorio 400 del Museo Reina Sofía dentro del Ciclo Corriente Contínua, y enmarcado en el AVLab 1.0 que organiza Medialab Prado.
En su presentación previa, Francisco López se mostró agradecido de volver a Madrid, su ciudad natal. Los asistentes, que prácticamente llenaron el recinto, también lo estaban, después de ver al artista anunciado en Barcelona, Nueva York, Belgrado, Tel Aviv, Ámsterdam, Montreal, Berlín, París… El privilegio era doble, pues la pieza se había creado especialmente para este concierto.
Las performances de Francisco López son una realidad sonora. Más allá del lugar está el sonido. Encajonado con sus instrumentos en el centro mismo de la platea reservada para el público (así puedo escuchar casi lo mismo que escuchan ellos, afirma), ilustra con sonidos el recinto, ofreciendo matices suaves y otros momentos de más intensidad, en los que el público, que fue previamente invitado a taparse los ojos con una venda negra (es una manera sencilla de aislarse y un juego colectivo), llega a sentir la vibración del espacio, siendo capaz de tocar la música.
La sala con la mínima luz que la normativa en seguridad permite. La mayoría del público con los ojos tapados. El escenario vacío con los amplificadores muy ligeramente iluminados. El artista en la mitad de todo con una ínfima linterna. Sólo algunos abandonaron sus asientos y prefirieron el suelo. Nadie subió las escaleras del escenario y se tumbó en él bocabajo. Todos imbuidos en la inmersión sonora y, por momentos, táctil.
Tras 50 minutos se hizo la luz y el artista recibió sus aplausos. La realidad se hizo común después de haber sido atípica e individual. A la salida, en un tenderete improvisado fue posible comprar algunas grabaciones. Hay realidades necesarias y realidades inolvidables. Gracias.