En muchas ocasiones no le prestamos a los objetos cotidianos la atención que merecen. El lápiz a la hora de apuntar algo, el teléfono ante la urgencia, la cuchara en el momento de tomar la sopa, el calcetín los días de invierno, el clavo que permite colgar la chaqueta... Entre esos elementos cotidianos la silla juega un papel multifuncional, práctico y simbólico, siendo a la vez símbolo de poder y objeto de deseo para el cuerpo cansado. Por eso, de entre los juegos populares, pocos representan con tanto acierto la sociedad en la que habitamos y nos relacionamos como El juego de la silla. En este juego se colocan una cantidad de sillas en círculo, mientras una cantidad superior de jugadores corretean alrededor de él. A la voz de uno de los jugadores cada uno de ellos se sienta en una silla, quedando siempre alguien sin la posibilidad de sentarse y, por tanto, eliminado del juego. Correr en círculo sin una meta determinada, actuar gregariamente a la voz de mando, meter el codo y empujar al semejante, señalar en grupo y entre risas al eliminado, individualizar el objeto de deseo, la angustia por no perder el puesto, la exaltación de la escasez, la eliminación del débil... parece un juego ideado por alguna mente retorcida o excesivamente lúcida. Todos hemos jugado a ello, es divertido y tiene la cualidad de poner en el valor que le corresponde al objeto cotidiano.
Maite Camacho colocó en círculo una veintena de sillas recogidas de la calle, y durante un período de dos horas las mutiló una a una, cortándolas verticalmente por el centro con una sierra de calar. Cuando hubo finalizado recompuso el círculo emparejando las mitades de manera aleatoria, juntándolas sin atender a las que les correspondería de origen. La imagen era de fragilidad, de diseño y de deshecho a un tiempo. Tras recomponer el círculo, tomó asiento en una de ellas, lo que provocó su caída y la de otras tres o cuatro sillas empujadas por el efecto dominó. Maite permaneció unos segundos con la cabeza gacha, sentada sobre la silla elegida que yacía a ras de suelo. Tras este breve periodo se levantó, se sacudió el polvo de serrín de sus pantalones manchados e hizo mutis por uno de los pasillos de la feria. Todo fue grabado en vídeo y posteriormente proyectado dentro del espacio Tentaciones de la edición 2008 de la feria Estampa.
Tentaciones es un proyecto anual de la organización de Estampa, el cual recoge propuestas artísticas experimentales, reflexivas y, en ocasiones, de carácter social. La edición de 2008 está dedicada a la sostenibilidad, y acoge varios proyectos que reflexionan sobre el consumismo, la propiedad, los nuevos espacios de comunicación, el abandono social y la falta de atención. Así, Levantarse, sentarse, caer, el proyecto seleccionado de Maite Camacho que se representó el 29 de octubre, incide sobre tres tipos de sostenibilidad: la del planeta al usar elementos recogidos de la calle, la del objeto cotidiano al usar sillas, y la del ser humano al hacer referencia al juego en el que los débiles son eliminados. Planeta, objeto cotidiano y ser humano tienen una sostenibilidad amenazada, su fragilidad es paralela, y su interdependencia tiene carácter simbiótico, cuando no parasitario. La causa más importante de esta fragilidad es el abandono.
Maite Camacho (Madrid, 1978) es Licenciada en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco.
Agradecimientos
Esta interpretación subjetiva de la video/performance de Maite Camacho titulada Levantarse, sentarse, caer, representada en Madrid el 29 de octubre de 2008 en el espacio Tentaciones, dentro del marco de la XVI edición de la Feria Internacional de Arte Múltiple Contemporáneo (Estampa), ha sido posible gracias a una silla de color azul con cinco ruedas que sostiene mi cuerpo mientras escribo; un cojín de gomaespuma que alivia mis posaderas de las horas de trabajo; una computadora que cumple cuatro años a mi lado; un pañuelo de papel que alivió un estornudo cuando llevaba escrito medio artículo; una mesa que alberga la computadora y de la que salen varios estantes que sostienen elementos periféricos a los que desde aquí doy las gracias; una pelota de goma de esas que llaman “antiestress”, la cual semeja un globo terráqueo y que me ayuda a pensar; tres de los cinco dedos que tiene cada una de mis manos, con los que tecleo las letras; las gafas que corrigen mi miopía; la comunidad de software libre que creó el Open Office; el operario que mantiene la línea telefónica con la que este artículo se publica en la red; los ingenieros que sostienen la red eléctrica; la cremallera que abrocha mi jersey en un día frío como hoy...