Parecía obligado para alguien que desde su niñez ha pasado, y sigue pasando, buena parte de su vida en Sanlúcar de Barrameda, que un día escogiera como motivo de su creación artística el tema de la viña para abordarlo en su esencia y plenitud.
Todo Sanlúcar, ciudad y campo, gira en torno al mundo de la viña: las tierras blanquecinas, ricas en cal: la albariza, tan idónea para el cultivo de la vid; la variedad de cepas: listán, tempranillo, mollar, beba, moscatel y tantísimas otras; la vendimia, como una fiestas de alegría que expresa las maravillas del mundo renovado; las bodegas con sus penetrantes olores y su peculiar arquitectura de arcadas, sombras y jardines; las tabernas; vendimiadores, bodegueros, borrachos incluso; y el mar, el mar tan cercano, con su benéfico aire de poniente: "el milagro secreto de las viñas", en expresión de un célebre bodeguero. Todo eso lo tiene la artista ante sus sentidos allá por donde vaya.
Entre la vivienda y el estudio en la Jara existe la viña que Carmen Laffón cría y recoge, no física pero si personalmente. Allí se tropieza con las espuertas vacías o rebosantes de racimos maduros. Asiste a lo largo de las cinco estaciones a los rituales que van de la poda a la vendimia. Siente el latir de esa vida que va marcando el paso del tiempo: los pámpanos verdes, ahora dorados, los sarmientos desnudos, los primeros brotes. Y decida apropiarse de esa vida y detenerla en el tiempo para hacerla más suya en sus dibujos y esculturas, en sus carbones y bronces. Y se pone a trabajar frenéticamente.
Carmen Laffón es consciente de lo arduo de la empresa que tiene entre manos, de la trascendencia del tema, y así, huye del culturalismo vacuos y costumbrismos decrépitos para afrontar el tema con una originalidad indiscutible. La exposición la conforman unos dibujos a carbón de vistas de la viña, otros de espuertas, y varias esculturas y un altorrelieve.
Lo primero que llama la atención es la escala: grande, rotunda, novedosa en la producción de la artista, donde el formato pequeño, la escala reducida, había sido frecuente. En los cuatro dibujos a carbón con toque de témpera de "La Viña" lo que sorprende no es tanto el tamaño � cada uno mide 2,12 x 1,50 � sino esa explosión de frontalidad y hondura.
Concebidos los cuatro como un gran friso, se enlazan los unos a los otros con sus ritmos y ondas. Son una apoteosis de blancos y negros y grises en los que al movimiento de los troncos y brazos de las cepas recién vendimiadas opone un tupido fondo de frutales, pinos, eucaliptos y el seto de cipreses. Hay claros y espesuras. Un pequeño sombrajo atrae la mirada hacia dentro de manera que podríamos repetir con Guillén: "lo profundo es el aire".
En la misma línea que los anteriores, aunque algo más sobrio, están los carbones de las "Espuertas", esas especies de cestas con dos asas, antes de esparto, palma o caña, y ahora de goma negruzca, que se utilizan para trasladar los racimos cortados de las cepas. Son esas cestas objetos humildes que a nadie se le había ocurrido emplearlos como objeto pictórico y escultórico, pero si a ella tan descubridora de la belleza en lo más insospechado. Allí están en los dibujos, llenas o vacías, tumbadas, vueltas del revés, mostrando sus volúmenes, sus líneas, su relación de unas con otras. Y más espuertas, las mismas que ha pintado, convertidas en esculturas de bronce; unas repletas de racimos con algunas hojas; otras, las menos, vacías. Están sabiamente dispuestas, instaladas con un particular ritmo en el suelo, formando un conjunto muy sugerente, de unas presencias muy afirmativas. La redondez como geometría predominante: las circunferencias de las cestas, y las más pequeñas de las uvas, a lo que hay que añadir las curvas de las instalación.
Y frente a esa redondez, la horizontalidad de la escultura de la "Mesa": un tablero alargado donde se apoyan unos trozos de sarmiento, unas hojas, una taza, un metro, un dibujo preparatorio. La mesa es la que se ha servido para modelar hojas y uvas, para trabajar en su estudio, hasta que su indagadora mirada le hace dar el salto cuantitativo de convertir un útil de trabajo en una bella escultura. Como también ha ocurrido con la "Repisa" en la figura al homenaje de Santo Domingo de Silos según el cuadro de Bartolomé Bermejo.